Pero la única solución constitucional es exigir para Barcelona una autonomía propia. Existe un ejemplo: Madrid, que fue viviseccionado de Castilla la Nueva sin anestesia, dejándola huérfana y descabezada, bella, austera y campesina. ¡Y eso que le quedaba Toledo, capital visigoda y luego española, como ciudad histórica y monumental!
Los argumentos empleados para Madrid se sostienen también para Barcelona. Su área metropolitana tiene la envergadura problemática específica de la madrileña.
La razón de la necesidad de la nueva autonomía no es sólo que la inmensa mayoría de los españoles no independentistas malvivan en Barcelona y sus ciudades dormitorio: Badalona, Hospitalet, Cornellá, San Baudilio, Santa Coloma, Badía, El Prat, San Felíu, Sabadell, Tarrasa, etc., que ya sería suficiente motivo. La razón es el descabezamiento del motor económico del proyecto independentista, dejar al carlismo pueblerino de ERC y CiU contemplando su propia desnudez e ignorancia.
Barcelona es una ciudad internacional, como Madrid, uno de los lugares donde España ha invertido ingentes cantidades de dinero del erario público. Una ciudad emblemática a base de dinero y esfuerzo español, sede de la Exposición Universal de Barcelona de 1888, al nivel de las de París, Londres o Viena. Y no por mérito de catalanes, sino del esfuerzo español. Barcelona es una ciudad construida ladrillo a ladrillo por los españoles desde hace más de dos siglos. ¡Qué digo!, desde siempre.
Los efectos de la injusta LOREG, que prima el provincianismo sobre los derechos igualitarios de todos los españoles, quedarían deshechos sin cambiarla: Lista única provincial, como en Madrid. La putrefacta Constitución del 78 contempla y regula la posibilidad. El referendo para avalar la segregación barcelonesa de Cataluña sería un éxito. Los intereses partidistas estarían todos a favor, al margen de los intereses del revanchismo de la Cataluña interior.
¿Qué sería del independentismo catalán sin Barcelona? Quedaría anulado, miserabilizado, en paños menores.
Existen razones históricas para sostener que Barcelona tenga autonomía propia, como la recuperación del Consejo de Ciento, por ejemplo.
Seamos claros: Barcelona sería una ciudad española para siempre, cosmopolita, conocida en el mundo entero, sede de eventos olímpicos, de ferias internacionales, donde gastar ingentes cantidades de dinero español sin riesgos.
Por supuesto, el catalanismo la habría perdido para siempre: la demografía manda. Barcelona tiene 5,5 millones de habitantes. Gerona, 750 mil. Lérida, 430 mil. Tarragona, 790 mil. En Barcelona, los españoles corrientes aplastan a los españoles traidores. El Parlamento autonómico catalán dejaría de ser una estafa democrática, donde las minorías pueblerinas baten a las mayorías cosmopolitas.
La Cataluña interior sería un erial ideológico, un paraíso del atraso intelectual, un parque temático del nacionalismo montaraz. Belleza natural pirenaica para visitar de vez en cuando, como Andorra. Y donde comer platos típicos catalanes, en vez de hamburguesas. Y ver a sus habitantes con barretinas y fajines sobre sus tripas contentas.
Este es el camino. La vía que debieran seguir el resto de las provincias españolas. 52 autonomías. Lo que implica la vuelta a la descentralización sin centrifuguismo. Está más claro que el agua. Da igual que una provincia sea autónoma, que tenga un parlamento propio. Eso ha existido siempre con las diputaciones provinciales, ahora redundantes y derrochadoras, inútiles cementerios de vagos y sinvergüenzas.
¿Que es una chapuza? Por supuesto, inicialmente lo es. Pero realista, basada en la ambición de la casta política. No se negaría a ella ni el catalanismo cosmopolita expoliador, que está hasta los cojones de que los gerundenses adquieran un ficticio peso político del que demográfica y económicamente carecen.
ÁCRATAS