¡Viva mi pueblo! Los municipios como base política

Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda
Antonio González Terol, alcalde de Boadilla del Monte

Una vez pasada la ridícula «crisis sanitaria» por ébola, esperamos que nuestros lectores atiendan de nuevo a lo sustantivo: la libertad individual y colectivo-política. Así que volvemos a señalar el campo de batalla para los próximos meses: las elecciones municipales.

Los seres humanos somos todos distintos. Y la Naturaleza no es una madre justa.

Cada uno tiene inteligencia, belleza, edad y raza diferentes. Unos suertudos son machos alfa; otros quasimodos. Unos listos como el hambre; otros, más tontos que algunos animales. Algunas cualidades y defectos dependen de nuestra carga genética. Otras, de la educación recibida. Muchos tenemos características que nos asemejan: sexo, lengua, creencias religiosas, aspecto, etc.

Pero los seres humanos pensamos de manera diferente unos de otros y, por si fuera poco, cambiamos de forma de pensar con el tiempo. Eso forma parte de nuestra libertad de conciencia y es inevitable. En este contexto, las diferencias entre humanos hacen que todo acuerdo entre los mismos sea circunstancial y perecedero, incluyendo el del matrimonio.

Los partidos políticos, en este cambiante contexto, son una entelequia. No son colectivos de personas, sino ideas y proyectos a los que adherirse renunciando a una parte de la forma de pensar personal. Por eso las personas cambian el signo de su voto a lo largo de su vida. O incluso de militancia en un partido político. Por eso los partidos cambian de proyectos y de objetivos. Los partidos son productos en el mercado político. Cada persona concreta los adquiere cuando le apetecen y los desecha cuando no le funcionan. Por eso nacen nuevos partidos cuando otros fracasan. Por eso son financiados por las clases pudientes.

Una vez desacralizado el concepto de partido político, observemos los sistemas de convivencia.

La ordenación por tamaño de unidad de convivencia va de la familia a la tribu. El municipio es la primera unidad autónoma de convivencia desde mucho antes de las polis griegas. En efecto: un municipio tiene todos los elementos que permiten que el ser humano nazca, viva, crezca, trabaje, se reproduzca, muera y sea enterrado. Los problemas del municipio son los problemas de la convivencia humana. También las soluciones del municipio son generalizables.

El concepto de política nace en los municipios: los representantes del pueblo y su alcalde. No es algo impuesto por la fuerza, sino por la necesidad de eficacia. La elección se produce dentro de un entorno en el que las ideologías partidarias son artificiales, porque se reconoce a las personas. Por más que un individuo se disfrace o se dé un baño de ideas, se sabe lo que se puede esperar de él. Es cierto que algunos pueden engañar a sus convecinos, pero durante poco tiempo. Y tienen que ser de fuera, recién llegados. Y se arriesgan a un baño de brea y a que los emplumen.

El mecanismo de elección de alcaldes y concejales es extremadamente sencillo. En el caso de poblaciones pequeñas, los paisanos con derecho a voto (derecho que se establece entre todos y que también ha cambiado con el tiempo) se reúnen y deciden a mano alzada entre candidatos. No todos están de acuerdo con el resultado, pero todos lo asumen y delegan cierta parte de poder en el alcalde y el concejo. Y cada vez que quieren, hablan con ellos y les demandan soluciones a sus problemas.

El sistema electoral sólo obliga a mínimos. Una elección cada cierto tiempo. Pero los municipios pueden repetirla cuantas veces quieran.

El acuerdo político entre ciudadanos no implica el fin de los problemas de todo orden entre ellos. Ni lo espera nadie. Así, los conflictos entre lindes de propiedades, entre familias o las infidelidades conyugales no son problemas que puedan exigirse que resuelva un alcalde. Sí lo son los asuntos de carácter vecinal y comunitario: la enseñanza, la sanidad, la urbanización, el disfrute de lo comunitario y cierto orden social. Aún así, el poder de un alcalde es a todas luces demasiado importante como para no estar sometido a control por parte de los ciudadanos. Y existen mecanismos para la deposición del alcalde sin haber de recurrir a la violencia.

Todo municipio ha de tener unas leyes que debe redactar alguien a nivel colectivo, que es el concejo; alguien que las ejecute, que es el alcalde; y alguien que sancione a los que las incumplan, que es el juez. El juez ha de ser un cargo también electo, por lo tanto.

Todo lo anterior da lugar a municipios con políticas tan diferentes como los de Boadilla del Monte, en Madrid y Marinaleda en Sevilla. El primero es el más rico de España; el segundo, prácticamente comunista y cooperativo, el más rompedor. Y ambos son posibles porque la autonomía municipal es imposible de limitar.

Los partidos políticos son innecesarios en el ámbito municipal. Al menos mientras el municipio se mantenga en tamaños y, sobre todo, poblaciones que puedan llegar a conocerse entre sí. De hecho, los partidos políticos nacen en las grandes urbes deshumanizadas, donde crean un mercado de las ideologías y suplantan a las personas. «¿Estás desorganizado? ¿Te sientes perdido? Dame tu poder y el partido te sacará las castañas del fuego». A partir de ahí, el juego político partidario se enajena y se aleja de los ciudadanos. Es también inevitable.

De modo que la evidente alternativa a la existencia de partidos políticos es la subdivisión de los municipios en barrios de tamaño humanizado. Donde todos se conozcan. Y la elección de cargos autónomos en esos barrios con todo el poder municipal.

La población media de los municipios españoles es de 5.500 habitantes. Aunque sea muy opinable, el tamaño máximo de un municipio o barrio que permite los dos objetivos de autonomía social y reconocimiento entre sus ciudadanos es de unos 50.000 personas.

Recurriendo pues a la unión de pequeños municipios por algún procedimiento de asociación y a la subdivisión de las ciudades por barrios. Y recurriendo, sobre todo, al peso real del voto de cada representante municipal que iguale el número de habitantes de su colectividad en las decisiones comunes nacionales, se tiene un sistema de representantes nacional basándose únicamente en la municipalidad. Y siguen sin ser necesarios los partidos.

No tiene sentido, en efecto, que los descontentos de Boadilla y los descontentos de Marinaleda se unan para crear un partido que resuelva problemáticas tan distintas. Los que dicen no estar representados en su municipio deben ser conscientes de lo que significa su afirmación. En general, hablan de su situación personal, individual: de su renta, su forma de vida, beneficios sociales de su relación con los demás, etc. Se trata de problemas individuales, no colectivos. Lo que debe exigir el descontento son cauces de participación en su propio municipio, no buscar ayuda en otros que nada tienen que ver con sus problemas para forzar el equilibrio social municipal.

La base política municipal es el reconocimiento de los personajes políticos, el saber de primera mano su verdadera historia, su amalgama de cualidades y defectos personales. Lo único que hace falta es disponer además de un sistema electoral irreprochable. Al concejo o pleno municipal, redactor de leyes, presupuestos y reglamentos, deben presentarse cuantos candidatos quieran. Y ser elegidos los ediles en lista abierta. A la alcaldía deben presentarse cuantos candidatos quieran. Y ser elegido el alcalde a doble vuelta. A juez deben presentarse cuantos candidatos lo deseen. Y ser elegido el cargo a doble vuelta. No sé si es el mejor sistema, pero sí uno práctico. Para evitar el enquistamiento de personas en los cargos, deben estos limitarse en el tiempo: haber unas elecciones cada cuatro años. Limitar el mandato de las personas a dos legislaturas, etcétera. Ningún sinvergüenza sería alcalde ni concejal ni juez. Probablemente, ningún incompetente. Como todos esos cargos son pagados por la ciudadanía mediante sus impuestos, son cargos obligados a la ciudadanía, no a extraños.

El representante del municipio en la Asamblea de Municipios —como habría de renombrarse el actual Congreso de los Diputados de Madrid (el Senado podría convertirse en un parque temático)—, para las decisiones supramunicipales como moneda, leyes generales o infraestructuras, debe ser el propio alcalde o la persona en quien éste delegue. Todas las leyes generales a votar en Madrid debieran ser explicadas antes a los ciudadanos y debieran ser votadas previamente en el municipio, mediante referéndum vinculante, pues van a afectar a todos. Si es necesario elegir un presidente ejecutivo a nivel nacional, esa elección debe realizarse en circunscripción única nacional también a doble vuelta.

Hasta este punto, las ideologías han quedado al margen. Las personas se conocen y no necesitan disfraces. Pero de la misma manera que Boadilla del Monte y Marinaleda son muy distintos, es posible que algún municipio decida disponer de un banco publico que desplace a los privados. O que decida la mancomunación de tierras de labor. O que implemente políticas que favorezcan el asentamiento de familias foráneas. Las diferentes experiencias serían conocidas por otros municipios. Y la imitación nace del éxito de las políticas. Y de la experimentación, la diversidad. Muchos municipios andaluces imitan ya a Marinaleda.

La ventaja que tiene el sistema descrito es que ya existe y su base funciona. Incluso se habla ahora de cambiar el sistema electoral municipal. Pero es que, aunque no se hiciera, la autonomía municipal permite, como en el caso de Marinaleda, que la actividad política de los individuos tenga un cauce posible. Un sistema como este es sencillo, humano y económico. Y siguen sin ser necesarios en él los partidos.

ÁCRATAS

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