Coños


El secreto esencial de la vida (la vida se me antoja llena de jeroglíficos, a pesar de que es transparente y está ahí, delante de mí todo el tiempo, porque soy un soñador, y entiendo de eso y puedo guiar a otros soñadores a través del laberinto), es eyacular lo suficiente —concepto aleatorio, inestable, que va según cada ser humano, (¿suficiente para qué?, quizás me refiero a lo necesariamente imprescindible para que las ideas fluyan al cerebro limpias del deseo que genera la glándula recargada) —los órganos piensan por uno—, y no se impongan en él, y acabe uno por violar a la primera hembra con la que se cruza— y, en todo caso, hacerlo por lo menos una vez en cada rotación de la Tierra alrededor de su eje, dentro de, o cabe, un coño —de poco sirven las manualidades guiadas por la imaginación, pues la imaginación, una vez excitada, galopa por sí misma creando un mundo alternativo en el que pueden perderse las horas del día y la vida entera con ellas generando ideas absurdas que lastran de imposibles expectativas (deseos insatisfechos)  el ideal—, o en sus aledaños (también valen sus aledaños, por si no lo he dejado claro antes, con mi añadido «o cabe», que significa «cerca de»).

Una cosa que siempre recomiendo: A los coños no debe llamárselos nunca vaginas, como hacen los guionistas de Hollywood. Ellos los llaman así porque la palabra vagina les parece culta, viene del latín —significa vaina (pod, dirían los anglos)— y ellos, los guionistas, vienen del gueto donde se habla yiddish, y allí le llaman shmundie a la vagina. Pero nosotros, que somos hijos del latín, sabemos que es una palabra tan fea, que no debe ser utilizada jamás en presencia de una mujer (a menos que sea uno médico ginecólogo y la use para impersonalizar y transformar un “a ti, lo que es que te pica el chocho” en “tiene usted una prurito vaginal”), o se corre el riesgo de perpetrar una impotentia coeundi. Ningún hombre sano es capaz de introducir su polla en una vagina, como no la metería dentro de un calamar vivo.

No sé qué es lo que tiene un coño (los coños lo saben, pero no nos comunican sus secretos —los coños apenas hablan por señas o por olores, que son como las señales de humo de los indios americanos—, porque saben que todo aquello que es excesivamente interpretado y esclarecido pierde su magia; y ellos son brujos, y provocan erecciones a distancia, o sea, verdaderos milagros cada día, no como el sobrevalorado “Lázaro, levántate y anda” de Jesús de Nazaret, que lo hizo una sola vez y saltó a la fama), o qué no tiene (y eso nos lo dicen aún menos), pero es la solución definitiva para apaciguar las inquietudes físicas e intelectuales de un hombre: no existe filósofo bien follado. Ni criminal de guerra: tras la batalla, los vencedores violan urgentemente a todas las mujeres de los vencidos y luego, más sosegados, les perdonan la vida a casi todos, incluso (claro que hablo de otros tiempos, ahora se mata con bombas o con aviones de juguete, a distancia, mientras los militares se la pelan unos a otros, los que pueden y tienen algo que pelar. Los otros, se la frican). Ni ratero se puede ser siquiera, bien follado.

La próxima vez que tengáis un coño cerca, observadlo con atención y notaréis su enorme parecido con una imagen icónica de la Santísima Virgen María. Para mejor hacerme entender, os aporto la fotografía (no muy buena, la he tomado con un teléfono de 1998) de la imagen que tengo colgada en mi despacho, junto a mis títulos universitarios que son muchos, la mayoría de ellos, falsos. Observad el parecido, que no puede ser casual, porque no puede haber casualidades así. La segunda cosa que debéis observar es que la Virgen siempre se aparece en grutas, cuevas y espeluncas, que son metáforas del Gran Coño de la Tierra todas ellas. Por supuesto, es lo que estáis pensando: que la Virgen María es una representación metafórica de la diosa Gea: siempre fértil, siempre virgen, que lo mismo pare a Dios que al hombre. Y dejo constancia de que digo todo esto no para degradar al cristianismo, la segunda religión más importante del planeta, después del judaísmo por pujanza económica conjunta, no por número de creyentes, sino para enaltecer el valor de un coño. De cualquier coño. Toda mujer tiene un coño y ha sido virgen y casi todas, al final, paren algunos diosecillos.

En la presencia, la actitud y el rostro de un hombre se evidencia si tiene o carece de uso y disfrute de coño, nunca fallo en eso: “Todos estos de aquí no tienen” o “éste es feliz, tiene dos” o “éste es demasiado feliz y tiene purgaciones”. Pero a veces: “Ése debe un coño” o “aquél debe dos, está en ruina”. Porque no hay nada menos conveniente que disponer de un coño a la fía, a pagar en cuotas —si un coño está allí esperando alguna compensación por su sacrificio, más vale pagarle al finir la coyunda, al contado, pues sale más barato—, excepto no disponer de ninguno. En realidad no hay diferencia entre un coño prestado y uno tuyo. Porque ambos son prestados, y lo único que cambia es tu actitud ante ellos. ¿Te sientes en deuda? Es que le debes algo. ¿Te sientes a la par? Es que no debes nada. Pues todo en la vida es subjetivo, excepto la muerte. Por eso la muerte la certifica un médico, que es un científico, en vez de un cómico o un psicólogo, que somos artistas.

Los psicólogos sabemos bastante de coños o, por lo menos, de las incomodidades mentales que generan los coños y su mal uso. Bien. Ya lo he dicho: soy psicólogo de mamíferos homínidos. Y tengo un vaginigrado por la Universidad Pontificia de Medicinas Alternativas y Placebos Terapéuticos.

Ya os contaré más otro día. Y os vais a enterar.

EMILIO COMPOSTIZO

¡Machistas!

Y Fina, respondió:

«La irreverencia religiosa y el mal gusto son propiedades de esta web. Sois odiosos.»

Fina tiene razón. Y yo voy a tratar de explicar en qué y por qué tiene razón. Y si no sois unos brutos, me entenderéis.

Yo, como todas las mujeres, me he mirado «el coño» con un espejo algunas veces. Y nunca lo he visto «bonito». El pene sí. El pene es (puede ser) bonito o feo, y grande o pequeño, y circunciso o incircunciso, y moreno o blanco. Pero no así la vulva, que es el nombre verdadero del «coño».

El «coño» es un emboscado pliegue de la piel, nada más. Por si fuera poco, sangra frecuentemente y duele (en el interior, en los ovarios), una vez al mes. Entonces, también huele mal. Luego, recupera «su atractivo» durante tres semanas, y su atractivo es no molestar ni cantar.

Podría deciros muchas más cosas: sobre cómo lo vestimos para que casi no exista y lo ocultamos para no se marque, sobre sus enfermedades siempre indeclarables, sobre cómo queda tras parir o sobre cómo lo adornan entonces las hemorro¡des. Pero da igual. Ya me habéis entendido. Las mujeres no nos sentimos especialmente bellas «por tener un coño».

Sin embargo, existe media raza humana que babea por nuestros «bellos coños». Sí, literalmente, pierde el sentido común por ellos y lo pierde en plural: todos y con todos.

Ante semejante falta de realismo, tanto por una parte como por la otra, la mujer decidió desde tiempos ancestrales adornar «su coño» con mitos. E inventamos los «coños de perdición», los «dulcísimos coños de las vírgenes» o hasta los «coños castradores». Pero el verdadero invento artístico ha sido y es que sea el coño el culmen de la belleza que lo rodea. Y ahi sí: tenemos pechos como tazones de leche y miel, caderas mareantes, vientres lisos o ligeramente abombados, nalgas respingonas, muslos de marfil, piernas largas, rectas y con forma perfecta, pies bellos y sin olores desactivantes, axilas depiladas y deliciosas, cuellos largos, ni un solo pelo en la cara y cabelleras cuidadas que son el oro del Rin o la caoba de los bosques africanos.

Y todo ese esfuerzo, porque es un esfuerzo el vestirse y cuidar la imagen, un esfuerzo al que los hombres solo respondéis bebiendo cerveza y «siendo naturales», un esfuerzo solo para que «el coño» figure y pueda llegar a ser el premio, el colofón, del magnífico acto de tomar posesión de tanta belleza. Ante todo eso, el hombre está indefenso. A veces lo manifiesta asesinando a la mujer que no puede seguir teniendo, desesperado el bruto matarife. Y otras veces, la mayoría, lo manifiesta mediante el machismo, que no es otra cosa que la protesta ante la Naturaleza por ser tan sucio, tan poco sofisticado, pero, al mismo tiempo, tan capaz de ver la belleza y de desear poseerla.

Y ahora llego a esta web.

Aquí hay mucha misoginia nada disimulada (el mal gusto que denuncia Fina). Aquí hay mucho divorciado, rejuntado o hacedor de solitarios, mucho consumidor de pornografía, que no hace más que mitificar la belleza femenina considerándola un mal pernicioso. Y también hay alguna gente que entiende perfectamente lo que es la mujer: un peligro y un remanso, una maldición y una bendición a un tiempo, por eso es atractiva para el hombre de verdad, porque al hombre de verdad no le gusta el llano ilimitado, sino que gusta de escalar cumbres.

Y aquí hay mucho ataque a la religión como si fuera una aliada de la mujer. Y eso no es verdad. La religión, y me refiero a todas, solo ha apoyado el papel maternal de la hembra y ningún otro papel ni erótico ni civil ni religioso. Así, son malas la Magdalena, Jezabel, Sara… Y buena, buena, apenas una: la Virgen María que es el símbolo del milagro: que la mujer no necesite vender ninguna mercancía a un macho penoso y maloliente para gozar de la maternidad. Y para eso ha tenido que preñarla el propio Dios.

Espero que no os enfadéis mucho conmigo.

MATER ET MAGISTRA

NOTA DEL EDITOR: No sólo no nos enfadamos, sino que te publicamos la respuesta como si fuera una parte del artículo. Gracias, Mater.

 

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